Profesionales y el pánico a la automatización
ADG: pánico a la automatización. Si alguien me dice que un algoritmo puede automatizar el trabajo de un periodista, lo primero que pienso es que esa persona no tiene mucha idea de en qué consiste el trabajo de un periodista. Que se centra sólo en la tarea de redactar, editar o montar una pieza partir de una entrada de datos –ya sea una estadística, el marcador de un partido de fútbol, unas declaraciones, videos, fotografías o notas de prensa– e ignora el valor añadido que aporta el profesional en sí: capacidad de análisis, conocimiento de un tema, experiencia e incluso una marca personal que garantizan, entre otras cosas, un acceso adecuado a fuentes de información de todo tipo.
Extrapolando esta impresión personal al conjunto del mundo laboral –porque ya sabéis que en esta newsletter gusta ir, como Machado, del solipsismo a la otredad– siempre me he preguntado hasta qué punto nuestra idea de qué empleos automatizables no está salpicada de distintos sesgos que idealizan lo que una máquina puede hacer, sencillamente, porque no entendemos bien lo que hace un profesional humano.
Esto amplía –y complica– el rango de los debates éticos sobre el advenimiento de la Inteligencia Artificial –y a este respecto, os recomiendo la serie de coloquios que Liliana Acosta mantiene en La Thinker Soul con otros expertos en esta cuestión y que ha retomado tras el verano–. Pero también abre un frente complicado para la toma de decisiones económicas y profesionales de personas, empresas, gobiernos y organismos internacionales.
Porque para diseñar cualquier estrategia de activación del empleo, educativas y recualificación profesional en esta década se debe tener muy en cuenta el riesgo de automatización –es decir, el de que una nueva tecnología haga innecesaria la participación humana en todo o una parte de un proceso productivo– del empleo.
Y el primer desafío, determinarlo correctamente, no es pequeño.
Para empezar, hay casi tantas estimaciones sobre este riesgo como investigadores. Para este artículo, voy a guiarme por los trabajos publicados por la OCDE a partir de la metodología y cálculos establecidos por Ljubica Nedelkoska y Glenda Quintini en 2018.
Por un lado, tienen en cuenta más factores y parecen, por lo tanto, más realistas que otras que duplican o triplican los porcentajes que ofrece. Por otro lado, son los más recientes y permiten hacer un seguimiento más actualizado y manejable de lo que está ocurriendo en el mundo y en España.
Es lo interesante, entender cómo influye la automatización en la situación actual en nuestro mercado laboral, ¿no?
Cara o cruz
Arranquemos con un dato que, seguramente, a estas alturas no sorprenderá a nadie: la probabilidad media de que un trabajo en nuestro país se vea afectado por la automatización es del 54%, según el estudio de los citados autores sobre un total de 32 países.
La media para el conjunto se queda en el 48%.
Es llamativo es que el otro país que compartía este mismo porcentaje era Alemania, que en julio de este año se anotaba una tasa de desempleo –según las cifras de EUROSTAT– del 3,6%. Es decir, más de cuatro veces inferior a la nuestra.
Pero dicho esto, hay que recalcar que ese 54% es una media estimada para el total de los empleos. Para un 23% de ellos en España, la probabilidad de verse afectado supera el 70%. Son los que denominamos empleos en alto riesgo de desaparecer. Otro 30% registra un riesgo significativo entre el 50% y el 70%.
Para Alemania, hablamos de un 18% de empleos en alto riesgo, frente a una media del 14% para el conjunto de la OCDE.
Otro aspecto a tener en cuenta es que no todas las regiones el riesgo de automatización se comporta igual. En nuestro país hay una enorme fluctuación según comunidades autónomas según regiones, de entre el 19% y el 27%. Para Alemania, el rango es entre el 15 y el 20%.
Volveré sobre ello más adelante, de momento os dejo este gráfico para que comparéis con otros países.
¿Qué fue de los empleos del mañana?
Hasta 2020, se asumía que la nueva fase de automatización asociada a la nueva fase de la revolución digital iba a ser el factor determinante de la destrucción y transformación de empleo. Llegó la pandemia y resultó que no es tan fácil establecer una correlación determinante, que salte a simple vista, por así decirlo.
Empleos considerados automatizables –la industria, por ejemplo– han sido críticos durante los confinamientos y han mantenido su actividad, y la tasa de teletrabajo –la flexibilidad que introduce es un factor que se tiene en cuenta a la hora de definir el riesgo de automatización de un sector– apenas ha superado el 10% en 2020.
Así, en el ejemplo de Alemania y España, ni siquiera la diferencia de empleos en alto riesgo de automatización puede explicar por sí sola una distancia tan alta en la tasa de paro. Podríamos pensar que es un factor que se difumina entre los muchos que determinan el modelo productivo o la competitividad de las empresas.
Pero así nublamos nuestra capacidad para aprovechar las oportunidades que también presenta esta automatización. Aparte de que dispara la probabilidad de sesgos en la toma de decisiones.
Para evitarlo, hay que tener claro cómo se traduce, en términos de empleo, el verdadero riesgo de automatización.
No olvidemos la paradoja de que uno de los referentes que nos vienen a la mente al hablar de la transformación tecnológica del empleo son las plataformas digitales, cuyo negocio pivota sobre el diseño de algoritmos que intermedian el trabajo en los sectores aparentemente en mayor riesgo de extinguirse por la innovación tecnológica, como operarios de logística, conductores o repartidores de comida.
A principios de año, la OCDE publicó un informe con el significativo título de “¿Qué ocurrió con los trabajos en riesgo de automatización?” que analiza el periodo 2012-2019 precisamente para cotejar la validez de sus cálculos con la realidad de la evolución económica.
Y es que, en este periodo, marcado por el fin de la crisis financiera y el inicio de la recuperación, creció todo el empleo, también entre los sectores con mayor riesgo de automatización.
Pero estos lo hicieron menos y en peores condiciones. Y, sobre todo, con exigencias de cualificación para su fuerza de trabajo cada vez menores, lo que hace a sus trabajadores cada vez más vulnerables a un cambio de ciclo.
En otros palabras: como trabajador, el verdadero riesgo asociado a la automatización no es que un robot ocupe mañana tu silla en la oficina, sino que dispare la precariedad y el subempleo en tu sector.
Neutralidad y precariedad
La tecnología es neutra, sí. La diferencia entre distorsión y disrupción la introduce cómo se use.
Y si su uso no crea puestos de trabajo, no resuelve los problemas de competitividad ni productividad de un sector. Sólo contribuye a acelerar el proceso por el que los sueldos bajan, las condiciones empeoran y los trabajadores son cada vez más prescindibles.
Y esto sí se traduce en mayor destrucción de empleo cuando llega una crisis, ya sea como la de la COVID 19 o de otro tipo. Y esto no sólo perjudica a los trabajadores, es un síntoma de la muerte del propio sector.
Podemos utilizar la metáfora de lo que ocurre cuando una estrella como el Sol consume todo su hidrógeno: al principio crece para ser una gigante roja, luego acaba por comprimirse en una enana blanca y eso es todo amigos.
Por eso me habéis leído muchas veces por aquí que insistir en la receta de mejorar la competitividad poniendo el énfasis en los costes salariales y no en una innovación real es un callejón sin salida de cara la cuarta revolución industrial: como engañar el hambre con un chupete, no funciona ni con los bebés.
Teniendo esto y lo anterior en cuenta, quizá tengamos una explicación para la paradoja de que dos países lleguen a dos tasas de paro tan diferentes desde el mismo riesgo medio de automatización: Alemania actuaría en todos los frentes para mejorar la competitividad de sus empresas y de su fuerza de trabajo, a la vez que combate la precariedad –su temporalidad de los contratación se sitúo en el 8,7% en 2020, frente al 20% de la nuestra, según datos de EUROSTAT–.
Esto no significa en ningún caso que haya que copiar el modelo alemán –francamente, da miedo pensar cómo se aplicaría aquí algo como los minijobs– u otros países. Pero sí analizar sus filosofías para, en un ejercicio de ingeniería inversa, ser capaces de aplicarlas al nuestro y nuestras particularidades.
Pero esto llevaría mucho tiempo y, por ello, exigiría pactos de Estado para alejar del cortoplacismo electoral los temas clave de la estrategia económica y laboral. Lo que, hoy por hoy, no es factible ni en el seno de los propios partidos.
Y esto no es una simple valoración política personal cuando, como he apuntado más arriba, España tiene una de las mayores brechas regionales en la OCDE. Tres puntos superiores a la de Alemania que, os recuerdo, es un Estado federal.
Automatización y paro marca España
El riesgo de automatización es más bajo en regiones con más peso de los sectores innovadores y con modelos de trabajo más flexibles, como el teletrabajo, y por ello menos vulnerables a la automatización. Pero la traslación de esto en términos de paro no sigue exactamente este patrón en España-.
De nuevo citamos a la OCDE, que dedicó en diciembre del pasado año un análisis específico a la exposición del País Vasco al riesgo de automatización que aporta valiosos indicios sobre el conjunto de España –y los más actualizado hasta la fecha–
¿Qué pasaría si cruzamos los datos con los con los de la última EPA?
En algunos casos se puede analizar el impacto del mix productivo y laboral –por ejemplo, la elevada dependencia de Cataluña del turismo podría compensar su bajo riesgo de automatización–; en otros, podemos pensar que influye tanto el modelo productivo mayoritario como el diseño de las políticas públicas o el nivel de precariedad del empleo.
Sin embargo, Madrid es la región española con mayor capacidad de adaptación al teletrabajo, y la que presenta un riesgo de automatización –si descontamos las ciudades autónomas– más bajo y con menor temporalidad. Pero registra una tasa de paro 2 puntos superior a la del País Vasco pero también de otras regiones con mayor riesgo de automatización
Estas incoherencias. recuerdan la importancia de acertar con el diseño de unas políticas activas y educativas que nos permita conseguir el objetivo clave: convertir la automatización en una oportunidad.
Y ahí es donde encontramos la paradoja más preocupante del caso español: somos un país que ha reducido a la mitad el abandono escolar en la última década y hemos escalado posiciones en el ranking de la OCDE y europeo, pero seguimos liderando unas tasas de paros y precariedad que, además, se disparan a las primeras de cambio.
De hecho, ya os he contado por aquí que el mayor porcentaje de subempleo, es decir, de ocupados que se ven obligados a trabajar menos horas de lo que desearían es mayor entre los titulados superiores (universitarios o FP), con un 34% que entre los que sólo tienen la secundaria o el 6,5% de los que sólo llegaron a primaria.
Además, hay que tener en cuenta que está claro es que los empleos del futuro, los dependientes de la tecnología que aparecen como más demandados en las listas de los portales, tampoco son grandes graneros de empleo.
Por ejemplo, en 2020 el empleo vinculado al sector TIC supone un 3,8% del total en España, frente a una media europea del 4,3%. El porcentaje español es la mitad del que se anota el país con una mayor presencia TIC, Finlandia, que llega al 7,6%. En Alemania, por cierto, la cifra está en el 4,7%.
Pero este empleo dinamiza el resto de los sectores productivos, siempre que se haya dado con la tecla de un sistema que permita que estos sean permeables a dicha innovación.
Y esto significa que la formación, el reciclaje digital, debe centrarse en saber aprovechar la tecnología incluso en los sectores menos tecnológicos para mejorar la competitividad y productividad de las empresas y la calidad y adaptabilidad –podemos rescatar la palabra flexiseguridad, pero una de verdad– del empleo.
Sólo así convertiremos la automatización en un motor de progreso y no de precariedad y, como consecuencia, desempleo.