Talento digital. Las empresas españolas están a la cabeza de la digitalización en Europa, al nivel de los países nórdicos. Sin embargo no tiene ningún sentido si nos fijamos en los datos de inversión y empleo digital, o en la productividad.
Un talento bajo sospecha
Las empresas españolas apuestan por la tecnología según les resulta de utilidad. Igual que en los noventa se hizo un esfuerzo por robotizar las fábricas, en el último lustro hemos visto que cómo las soluciones digitales han irrumpido en la hostelería y el comercio a un nivel sin precedentes.
Es algo que se ve en las Encuestas Europeas a las Empresas que cada dos años publica Eurofound.
Este gráfico compara la digitalización de las empresas con un grado de digitalización medio de España con las de nuestros vecinos del norte de Europa y el resto. La clave no es que descollemos algo más, sino en cómo se distribuye.
Esta imagen sale de un análisis publicado por Funcas que plantea una tesis bastante sorprendente: las empresas españolas apuestan por una tecnología que se oriente a la automatización de tareas y el control de las personas. En los países nórdicos, se apuesta por la comunicación, la coordinación, la delegación de tareas y la autonomía de los equipos. Algo que después de lo ocurrido con el trabajo en remoto en pandemia no debe sorprender a nadie.
Pero esto no es una simpe opinión. El análisis revela una correlación directa entre la forma de gestionar el talento y organizar el trabajo y la eficiencia de la digitalización medida en términos de productividad. Y la conclusión es más que contundente.
El asunto se complica porque Europa ha dado miles de millones a España para impulsar la digitalización y el Gobierno ha puesto en marcha ambiciosos programas para repartirlos. Pero si no se tiene en cuenta cómo funcionan las empresas, ese dinero no va a desplegar los beneficios en términos de productividad que debería alcanzar. Que es lo que ha venido ocurriendo con todo lo que se ha invertido hasta ahora.
La rueda del empleo tecnológico
El mejor indicador de la digitalización en un país no es el uso que hacen las empresas, sino el empleo que genera. G
Si el lastre de la digitalización en España está en que no cuenta lo suficiente con las personas y usa la tecnología como una forma de ahorrar costes y no mejorar la eficiencia y la productividad es algo que se ve incluso entre los propios perfiles tecnológicos.
Cuya aportación al empleo, por cierto, se sitúa por debajo de la media europea.
Se ha generalizado hasta el tópico que la explicación del escaso talento digital es que en nuestro país faltan profesionales expertos en las nuevas tecnologías, pero de lo que no se habla tanto es de la creciente dificultad para retenerlos.
Un fenómeno que coincide con la conflictividad laboral en el sector se ha disparado, precisamente por la negociación salarial. Alguien podría sacar a colación la ineludible cantinela de la Gran Dimisión por la insatisfacción laboral, y de hecho este sea el sector en el que más se da algo parecido a este fenómeno. Pero el fondo, como siempre, es más complejo.
Por un lado, existe una brecha salarial entre los profesionales según su cualificación. En un sector tan dinámico como el relacionado con la innovación digital, los profesionales con las competencias más actualizadas cobran más. Pero esa actualización continua se la suelen tener que pagar de su propio bolsillo y no es nada barato.
Nuestro sistema educativo es poco ágil aún par reconocer competencias y adecuar currículos e itinerarios formativos, así que muchos recurren a formaciones ‘no regladas’ para mantenerse al día, dejándose miles de euros en el camino. Cuando empiezan a trabajar no aceptan cualquier cosa. Y digamos que los sueldos en España no son una maravilla en un mercado laboral cada vez más global.
Aunque el quid no está solo aquí. Un profesional con las competencias actualizadas puede superar estos umbrales sin problema. Pero no le resulta rentable por un motivo simple: en otros países la formación la paga la empresa que quiere contar con los mejores profesionales.
En España hay tendencia a considerar que es dar dinero para que se vaya a la competencia, lo que lo convierte el asunto en una especie de pescadilla que se muerde la cola, precisamente por la falta de confianza en el talento.
Un cepo para nómadas
Pero estamos hablando de un mercado laboral digitalizado, en el que el fenómeno del nomadismo digital puede convertirse en una deslocalización del talento.
En este sentido, es factible plantear un escenario en el que España resuelva esta rotación subcontratando teletrabajadores más baratos de países no europeos mientras exporta a profesionales que hacen lo propio en otros mercados europeos que les ofrecen mejores condiciones. Todo ello sin que los trabajadores tengan que moverse físicamente de casa.
A priori, que una economía importe o exporte talento nómada no es malo siempre que no se descapitalice. Ese es el riesgo que corre España: acabar haciendo con los nómadas digitales lo que hemos hecho con los camareros.
Es decir: traer extranjeros para hacer lo que los españoles no quieren hacer. Porque en otros países no lo ven así, enfocan la atracción de talento cualificado como una inversión. Si España no juega en esa liga acabará perdiendo talento nativo y foráneo. Es decir, lo que nos ha pasado con los profesionales sanitarios.
De hecho, ya está ocurriendo.
El índice Indeed de talento sitúa en una zona de pérdida de competitividad frente al nuestros vecinos pese a que España tiene un valor: el idioma, que le convierte en puerta de entrada natural del talento latinoamericano. En este sentido, o enfocamos seriamente la transformación digital y las oportunidades que trae desde la óptica de las personas y la gestión y promoción del talento o perderemos también este tren.
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